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¿Por que mal llamada guerra del fútbol?

Es mal llamada "guerra del fútbol" porque, aunque los partidos eliminatorios para el Mundial de 1970 entre El Salvador y Honduras fueron el detonante inmediato del conflicto, las verdaderas causas eran mucho más profundas: tensiones por migración masiva de salvadoreños hacia Honduras, disputas por la tierra, políticas de reforma agraria hondureña que afectaban a estos migrantes y un nacionalismo creciente alimentado por los medios. El fútbol solo sirvió como catalizador simbólico de una crisis social, económica y política ya en ebullición.

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El término "guerra del fútbol" ya circulaba en medios de comunicación en América Latina poco después del conflicto de 1969, usado de forma sensacionalista por la prensa para captar la atención del público. Sin embargo, fue Kapuściński, al publicar su crónica titulada The Soccer War (original en polaco: Wojna futbolowa), quien popularizó globalmente esa denominación.

Contexto histórico

El desarrollo de la Guerra de las Cien Horas —ocurrida entre el 14 y el 18 de julio de 1969 entre El Salvador y Honduras— fue breve pero violento.

La guerra comenzó oficialmente la tarde del 14 de julio de 1969, cuando el ejército salvadoreño cruzó la frontera e invadió territorio hondureño por varias zonas al mismo tiempo. El Salvador tenía un ejército más numeroso y mejor equipado en ese momento, lo que le permitió avanzar rápidamente durante las primeras 48 horas. Las tropas salvadoreñas tomaron control de algunas ciudades importantes del sur y occidente de Honduras, como Nueva Ocotepeque y zonas cercanas a Choluteca, causando gran alarma en el gobierno hondureño y entre la población civil.

El conflicto se desarrolló en una geografía montañosa y difícil, lo que dificultó la movilidad de las tropas y expuso a los soldados a combates cuerpo a cuerpo y a condiciones muy duras. Mientras tanto, la aviación de Honduras, aunque modesta, logró realizar ataques eficaces sobre territorio salvadoreño, alcanzando incluso instalaciones petroleras clave como las del puerto de Acajutla. Esto obligó al gobierno salvadoreño a frenar su ofensiva por temor a un daño estructural mayor.

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En los días que siguieron, la guerra se estancó. Los hondureños lograron organizar cierta resistencia y contraatacar, mientras que los salvadoreños comenzaron a tener dificultades logísticas. La presión internacional crecía rápidamente, especialmente desde la Organización de los Estados Americanos (OEA), que intervino para mediar en la crisis. Finalmente, el 18 de julio se logró un acuerdo de cese al fuego.

Aunque El Salvador se comprometió a retirar sus tropas, la desconfianza con respecto al trato de los migrantes salvadoreños en Honduras retrasó su retirada hasta agosto. El saldo del conflicto fue devastador: se estima que entre dos mil y seis mil personas murieron, en su mayoría civiles, y decenas de miles de salvadoreños fueron expulsados de Honduras. Las relaciones diplomáticas entre ambos países se rompieron por más de una década y el proceso de integración centroamericana, que en ese momento comenzaba a consolidarse, quedó seriamente dañado.

En el plano militar, la guerra fue significativa por ser una de las últimas en las que se enfrentaron aviones de hélice en combate aéreo directo, utilizando aeronaves de la Segunda Guerra Mundial como el F4U Corsair y el P-51 Mustang. Sin embargo, más allá del espectáculo militar, la guerra dejó una marca profunda en la historia centroamericana, evidenciando cómo problemas estructurales no resueltos —como la distribución desigual de tierras, la migración forzada y el nacionalismo exacerbado— pueden desembocar en tragedias bélicas, incluso con un detonante aparentemente trivial como un torneo de fútbol.

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Mensaje del presidente salvadoreño Fidel Sánchez Hernández el 18 de julio de 1969, al final de la guerra.

El mensaje del presidente salvadoreño Fidel Sánchez Hernández al finalizar la Guerra de las Cien Horas evidencia la disparidad en la interpretación del conflicto entre El Salvador y Honduras, como señala Pérez Pineda (2008). Mientras El Salvador justificó la guerra como una legítima defensa ante la persecución de salvadoreños en Honduras —acusando incluso de genocidio a grupos civiles armados como la Mancha Brava—, Honduras la percibió como una agresión tras haber acogido a los migrantes. El discurso de Sánchez enmarca la intervención como una cruzada moral en defensa de la dignidad humana, lo que refuerza la idea de que el conflicto tuvo raíces sociopolíticas internas más que motivaciones externas.

Además, el mensaje proclama una victoria salvadoreña que contrasta con la realidad del desenlace del conflicto. Según el derecho internacional, el resultado fue un statu quo ante bellum, es decir, el restablecimiento del estado previo sin cambios territoriales significativos (Fellmeth y Horwitz, 2009). En realidad, la guerra dejó un saldo de 80,000 salvadoreños desplazados, 4,000 muertos y un cierre total de la frontera por parte de Honduras (García, 2019), lo que contradice la narrativa triunfalista del gobierno salvadoreño.

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